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La descripción anterior parece pertenecer a la figura de uno de esos personajes que Disney vende empaquetados entre canciones y animales parlantes, parece ser la personificación de los cuentos de hadas que fascinan a los pequeños. La verdad es que la Princesa de Éboli tiene poco de mágica aunque mucho de fantástica, es cierto que era hermosa y exageradamente rica y es cierto también que su presencia era motivo de asombro entre los miembros de la corte, pero lejos de ser perfecta Ana Mendoza era tan mortal como cualquier humano, tan vulnerable como cualquier parroquiano teniendo en su cara un sable afilado.
Lo anterior suena tan cruel e inhumano como lo era la aristocracia de la época, sin caballeros valientes que la salvaran montados en sus elegantes corceles, sin hadas madrinas que detuvieran el filo de la puntiaguda arma, si un narrador que profetizara con seguridad y confianza que todos vivieron felices para siempre. La realidad de la época no tenía tiempo que perder con historias infantiles, con ilusiones y fantasías. La historia cuenta que la Princesa de Éboli perdió su ojo derecho mientras disfrutaba una de sus grandes pasiones además de las joyas, los vestidos y los hombres ricos, la Princesa perdió el ojo a mano de su maestro en una práctica de esgrima.
Hasta que un aristócrata no sufrió las consecuencias por el filo de un florete, hasta que no se vio correr la mal llamada sangre azul, no se tomaron las medidas correctivas para convertir un deporte peligroso en la muestra más noble de respeto por el contrincante. En la actualidad la esgrima es un deporte de combate, donde como en las guerras medievales se enfrentan dos contrincantes que deben intentar tocarse con un arma blanca sin hacerse daño y sin invadir la integridad del otro.
En el siglo XXI, específicamente en el año 2011 una joven común usa un sencillo traje blanco que le cubre todo el cuerpo, parece ansiosa y mira con detenimiento su arma, misma que tiene una punta plana que busca no repetir la historia de la para muchos desconocida princesa de Éboli. La Joven se llama María Sandoval, y lejos de ser princesa, condesa o duquesa es una universitaria común de la capital colombiana, tiene 19 años y ha dedicado los últimos 5 años de su vida a la práctica del que según ella “es un deporte mágico”, la esgrima. Sandoval domina el florete, una espada larga y flexible, que según las reglas debe tener 500 gramos de peso y 110 centímetros de longitud.
La hora de la lucha llega y Sandoval tiene pocos segundos para prepararse, ponerse la chaquetilla y la careta enrejada. Ya en el combate debe tener presente que la zona de tocado del florete es limitada, es una herencia de los tiempos en los que los equipamientos de seguridad estaban restringidos, los tocados en la cabeza eran peligrosos y por ello se eliminaron. En la actualidad la zona de tocado en esta modalidad se reduce exclusivamente al tronco y es en esta zona donde Sandoval debe concentrarse; se enfrenta a María Paulina, una joven de Medellín de movimientos tímidos, que contrastan con la firmeza de los movimientos de la bogotana, el enfrentamiento es a 5 puntos, mismos que después de 10 minutos logra Sandoval sin mucho esfuerzo. La joven es dueña de una seguridad que solo los ganadores conocen, misma seguridad que funciona como arma de doble filo cuando se mezcla con la confianza ciega.
Ana Mendoza y María Sandoval con las diferencias de tiempo y espacio que las separan comparten la pasión por un deporte con artículo femenino, LA ESGRIMA, un deporte agresivo matizado por la femineidad y la prolijidad femenina.
Por: Pablo Andrés Vélez Escobar
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